Señor alcalde de Camporredondo, resto de la corporación municipal, convecinos, señoras y señores. Amigos todos.
Inicio mis palabras confesando que es un orgullo, y considero un privilegio y un honor, el poder ser pregonero de las fiestas de mi pueblo. Hubo quien con más criterio, dijo que nadie es profeta en su tierra. Yo tengo fe en quien lo dijo y en la certeza de su afirmación, pero, consciente de la imposibilidad de alcanzar ese título, me atrevo a dirigiros estas palabras que acabo de improvisar esta misma tarde, convencido de que, el hablar el mismo lenguaje y compartir las mismas vivencias, me ha de facilitar la tarea.
Todos debemos tener presente la deuda de gratitud que supone el ser de Camporredondo, y que sus gentes hayan contribuido a formar nuestro carácter y personalidad, nuestra forma de ver y entender la vida; desde el trabajo esforzado que ha sido nuestro continuo ejemplo y desde el espíritu de superación que nos ha animado a todos.
Hoy mismo, en el acto social celebrado en el Centro Cívico, tras la misa en honor de nuestra patrona la virgen de la Asunción, cuando Javi y Jesús, en representación del Ayuntamiento me propusieron pronunciar el pregón, más por amistad que por mis méritos personales, en primer lugar me sentí agradecido, luego abrumado, y finalmente dispuesto a aceptar el reto, más por propia inconsciencia que otra cosa; aun teniendo presente lo que supone de responsabilidad, el tratar de estar a la altura de cuantos me han precedido en este mismo balcón y misión, a los que puedo superar seguro en una sola cosa: soy de Camporredondo; y lo que me falte de inteligencia y preparación, espero poder suplirlo con los conocimientos y la experiencia de haberlo vivido.
Hoy este camporredondes, o como acepte la Real Academia de la Lengua que sea el gentilicio (que para esto tampoco nos hemos puesto de acuerdo nunca) me hago pregonero, una figura que la evolución de nuestra sociedad ha hecho obsoleta, como persona que ha de trasmitir una noticia. Hoy las noticias se difunden a través de los medios de comunicación: prensa, televisión, radio, redes sociales, internet, tuiter, wasap, mupis en el mobiliario urbano, y un incontable número de medios. Pero para ilustrar a los más jóvenes y despertar la memoria de los que ya peinamos canas, no siempre ha sido así. Hasta los años 70 del pasado siglo en las zonas rurales, el medio de comunicación era el pregón; un pregonero, el señor Nemesio, con escasa remuneración, recorría las calles de este pueblo haciendo sonar una corneta, (que aún se conserva en ese magnífico museo, en el que Gauden, que en paz descanse, y Maribel derrocharon esfuerzos e ilusiones); para llamar la atención y vocear con su canto peculiar la noticia: bando municipal y presencia de vendedores ambulantes habitualmente; para fijarla después, impresa, en las puertas del bar y la iglesia. Pido a Dios que me ayude a estar a la altura y no desmerezca tan digno oficio
También le pido que me ilumine, para que en mis palabras sepa trasmitir las sensaciones que ahora tengo como uno más de vosotros, que ha compartido con todos la experiencia de celebración de estas fechas desde nuestra infancia.
Siempre he oído decir que las fiestas son para los del pueblo y para los jóvenes. No estoy de acuerdo: son para todos los que conservamos la ilusión, con independencia de la edad y de la procedencia.
Para muchos de nosotros, los recuerdos de infancia nos llevan a unas fiestas que esperábamos con la ansiedad y el egoísmo de aliviar la austeridad con que vivíamos el resto del año. En la economía de pura subsistencia de los años 50 y 60, rara era la ocasión de disfrutar de lo superfluo: los regalos gastronómicos: el asado de lechazo, o de ese cabrito que hacía poco había parido la cabra que daba leche a la familia, los dulces, el baile en ese salón del señor Emiliano y la señora María en el entorno que dibujaban la evolución de las formas de bailar (cuanto se sorprendería ahora aquel artista) y bajo la atenta vigilancia de los más mayores, que no dejaban de controlar quien bailaba con quien y cuanto.
Nuestra fiesta comenzaba cuando llegaban los primeros forasteros, algunos familiares y unos pocos amigos, que se acercaban en aquellos coches de Galo. Eran la comidilla del pueblo por las novedades que introducían: ha llegado fulanito, ¿has visto que gorda está menganita? Había pocas ocasiones parecidas. Preparábamos la peña, buscábamos casa (difícil trabajo cuando no había tantas disponibles como hoy), la enramada, la limonada, y…le dábamos el ambiente de iluminación y musical que nos parecía que favorecerían nuestros objetivos que nunca llegábamos a alcanzar.
Llegaban de Portillo la señora Arsenia con sus almendras garrapiñadas y sus golosinas, y el señor Clodo con su Bote, y empezaba la fiesta. Aunque sería más correcto decir fiestas: una el 1 de mayo y otra el primer domingo de octubre.
Hoy aquellos niños nos hemos hecho adultos y nos han relevado estas nuevas generaciones, con más empuje y formas diferentes de vivir las celebraciones, ni mejores ni peores: distintas.
Hoy no vienen forasteros, venimos los hijos del pueblo, aquellos que la falta de oportunidades obligó a partir en busca de mejoras económicas y personales. Algo que para Camporredondo ya se inició en el siglo XVI, cuando se tiene constancia histórica de los primeros camporredondeses que partieron a hacer las Américas.
Nos reciben los vecinos que quedaron y otros nuevos que han sido acogidos como si lo hubieran sido de siempre. Todos continúan en la lucha por mantener vivo el pueblo, lo conservan con cariño y tesón a lo largo del año en los duros inviernos y a los que no agradeceremos suficiente su acogida: que nos reciban con los brazos abiertos y no nos olviden. Nosotros tampoco les olvidamos ni a ellos ni a nuestro pueblo, y hacemos gala de ser de Camporredondo allí por donde hemos pasado o permanecemos.
Ya termino. Les aseguro que he puesto la mejor voluntad al escribir y leer este pregón, pero si en algo les parece que me he equivocado, pido su indulgencia, así como el perdón por haber abusado de la paciencia de todos los presentes. Mi agradecimiento a la corporación por ofrecerme esta oportunidad, gracias también por haber confiado en mí absoluta inexperiencia como pregonero, y a todos ustedes por haberme escuchado.
Pero antes quiero alargarme en este final haciendo dos llamamientos:
A los más jóvenes: no os encerréis constantemente en vuestras peñas, participad y estad presentes en todas las actividades que ha organizado con la mejor intención nuestra corporación municipal.
A los mayores: abandonad la comodidad de vuestras casas y dejaos contagiar de los más jóvenes, celebrando juntos y participando con ellos.
Que disfrutemos todos de estas magníficas fiestas, que por ser nuestras, siempre serán las mejores. Hoy las recodamos con nostalgia los mayores, se grabarán en la memoria de nuestros hijos y nietos, y todos juntos las viviremos con alegría haciendo votos por continuarlas muchos años.
¡VIVA CAMPORREDONDO!